martes, 28 de septiembre de 2010

Adolescencia eterna

Ilustración de Nicoletta Ceccoli
Dicen, que cuando alguien te abandona, regresas a esa especie de adolescencia en la que intentas aprovechar el ''tiempo perdido''.

Sin duda, es cierto.
El otro día asistí a una boda engorrosa, donde fui estratégicamente sentada en la mesa de l@s solter@s, intencionadamente alejada de Mats, y decisivamente junto a Rebecca y Donna, las nuevas y desesperadas solteras de cualquier evento, dispuestas a cazar, matar y descuartizar a cualquier soltero con dinero que ande suelto por Europa.
Mientras lo encuentran, se divierten, como dicen ellas ¡Vamos, que follan con todo lo que se mueve como diría mi amigo Fran!
Así que, mientras a mi me daba el coñazo un directivo de ventas de una empresa sueca, Rebecca y Donna se dedicaban a seleccionar posibles presas, no sin antes vocear, gritar y cuchichear como adolescentes en celo.


Al final Rebecca consiguió llevarse a un guapo danés a la habitación y Donna acabó charlando con mi directivo de ventas. 

Yo... me topé repetidamente con Mats, así que acabé charlando, y recordando que aún hoy no le he olvidado. Al final me sacó a bailar, no sin antes sentir ese estúpido rubor en las mejillas, como la adolescente que fui, con la misma timidez y los mismos miedos. 

Estuvimos hablando de nuestros últimos momentos en Londres, de cómo había sucedido el fracaso de nuestro matrimonio, y de cómo se había ido destruyendo todo... Y de que, en cualquier caso, valió la pena. 
Yo sabía perfectamente dónde estaban sus heridas, y las comprendí durante mucho tiempo, aunque eso sólo consiguió que yo hiciera sangrar las propias. Él sabía acabarme las frases, conocerme casi a la perfección, leerme entre lineas. Y así, mientras bailábamos un tango, nos íbamos animando el uno al otro, que aunque no tuvimos final feliz, tuvimos cuento.

Después del baile cada uno se fue a su mesa. Y yo, regresé a la mía con un único propósito, el de abrirme nuevamente a relaciones sentimentales, por muy pájaro solitario que yo sea,  seguro que existe un hombre que sepa acabarme las frases y bailar el tango. 

¿Llegará de nuevo el amor?

¡Hasta el próximo insomnio!

viernes, 24 de septiembre de 2010

Boda engorrosa

Ilustración de Audrey Kawasaky

Son las 4AM. Estoy cerrando la maleta para coger el avión que me llevará a Londres. Hoy es la boda de una gran amiga Amélie, que se casa con Axel, mi ex-cuñado. Y como siempre, en el último momento, me entran unas ganas enormes de declararme ''invitada a la fuga'' y no aparecer.

Conocí a Mats en la boda de su hermano mayor, Lars. Yo era una de esas invitadas con las que no cuentas, una medio novieta de un amigo al que aprecias, y que finalmente acude a la boda. Aún no puedo deciros bien por qué fui, pero si puedo explicaros el desenlace.

Tenía 24 años y era la acompañante de Bjorn, un chico con el que salía, pero con el que jamás me planteé nada en serio.
Bjorn no estuvo especialmente atento aquella noche, así que tuve la ocasión de charlar con muchos de los invitados, entre ellos con Mats, que estaba más rubio, guapo y elegante que nunca, con una sonrisa espléndida y una morena de la mano y una pequeña en brazos: Carla.

Susana, su mujer, insistió en quedar conmigo un día, ya que ambas éramos españolas, pero jamás llegué a hacerlo. Al cabo de un par de semanas, Bjorn me informó que Mats y Susana habían roto. No ví a Mats hasta pasados unos meses, de casualidad, pero esa es otra historia de la misma historia. 

Ahora, mejor acabo de prepararme e irme al aeropuerto, o llegaré tarde donde no quiero llegar. A Mats.

¡Hasta el próximo insomnio!

martes, 21 de septiembre de 2010

Concavidades peligrosas

Ilustración de Mats Gustafson
¿Os habéis sentido alguna vez cómo que la vida que lleváis es la equivocada? ¿Cómo si en algun punto del recorrido la decisión tomada no hubiera sido la acertada? ¿Y no sabéis ni cómo ni dónde para volver hacia atrás?

No me malinterpretéis, cualquiera que me conozca diría que llevo, dentro de lo posible, la vida que quiero, con pocas cadenas que me permiten un cierto gradeo de libertad, con cierto éxito profesional y personal. Pero existen ciertos puntos de inflexión, en los que debemos que decidir, y la decisión suele ser la equivocada cuando reflexionamos al mirar atrás. Y es curioso... las formas en las que nos recriminamos el error que hemos creído cometer.

Suelo soñar con Mats, con su cuerpo desnudo y su pálida piel. Sueño con la cuenca alargada que se le forma en el espalda por la columna vertebral; con la curvatura nace en su labio superior y muere en su nariz delgada; y con la erótica hendidura de su clavicula. Y siempre que sueño con sus concavidades, me despierto, angustiada y sudorosa, pálida como su piel.

Echo de menos a Mats.

Mats ha sido en mi vida un doble punto de inflexión, precioso cuando la curva es cóncava y te hace ascender, hacia la cúspide; y siniestro cuando se converiten en convexos y desciendes sin sentido, hacia el abismo. Y vuelve ese mala sensación que dejó mi abandono, el mismo que le hizo volver a Suecia, y el mismo abandono que me ha hecho regresar a España.

Y es peligroso cada vez que sueño con sus concavidades, por las que podía entrar y encajar casi a la perfección, porque me recuerdan a los momentos dulces, a la convivencia, a la amistad, a la mano que me encontraba al caminar. A Mats y al día en que le abandoné, en Londres, mientras la lluvia caía, y el gris se hacía tan evidente como que Mats no me amaba.

¡Hasta el próximo insomnio!

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Noche desubicada


Ilustración Rebecca Dautremer
Refresca. Las noches se hacen más tratables, y apetece sentarse cerca de la ventana a ver los coches pasar.

Con el ordenador sobre las rodillas y la taza de té en una mano. En el baño, el agua llena la bañera, parece que esta noche estoy predispuesta a recordar.

Nostálgica. Quizá.

Aún después de 9 años fuera de la ciudad, Barcelona no me ha resultado ni muy distinta ni muy distante. La mayoría de locales y lugares que recuerdo siguen en el mismo lugar, y la mayoría de personas que aún me recuerdan, se han interesado por mí y por mi vida social.

En realidad, soy yo la que no encajo, ni en los lugares que antaño frecuentaba, ni en los círculos de amistades que dejé.

Desubicada. Tal vez.

A los 22 años me escapé de una Barcelona soleada y aburrida en busca de la ciudad gris y viva de Londres, donde debía encontrar mi madurez y a un hombre: Rodrigo, mi primer amor. Regreso ahora sin la madurez, y sin Rodrigo, incluso sospecho que tampoco me traigo a mí, o por lo menos a aquella que fui.

Y aunque el trabajo, las antiguas amistades, y mi tía Julia, hacen todo lo posible para que me abra nuevamente a la preciosa y elegante Barcelona, soy yo la que rehuso hacerlo.

Inadaptada. Sin duda.

Y ahora, una bañera llena de agua caliente me está esperando. Lo que sea con tal de dormir y permitir que mi piel vuelva a ser humana el sábado, cuando volveré a ver a Rodrigo, después de tantos años.

¡ Hasta el próximo insomnio!