Ilustración de Nicoletta Ceccoli |
Sin duda, es cierto.
El otro día asistí a una boda engorrosa, donde fui estratégicamente sentada en la mesa de l@s solter@s, intencionadamente alejada de Mats, y decisivamente junto a Rebecca y Donna, las nuevas y desesperadas solteras de cualquier evento, dispuestas a cazar, matar y descuartizar a cualquier soltero con dinero que ande suelto por Europa.
Mientras lo encuentran, se divierten, como dicen ellas ¡Vamos, que follan con todo lo que se mueve como diría mi amigo Fran!
Así que, mientras a mi me daba el coñazo un directivo de ventas de una empresa sueca, Rebecca y Donna se dedicaban a seleccionar posibles presas, no sin antes vocear, gritar y cuchichear como adolescentes en celo.
Al final Rebecca consiguió llevarse a un guapo danés a la habitación y Donna acabó charlando con mi directivo de ventas.
Yo... me topé repetidamente con Mats, así que acabé charlando, y recordando que aún hoy no le he olvidado. Al final me sacó a bailar, no sin antes sentir ese estúpido rubor en las mejillas, como la adolescente que fui, con la misma timidez y los mismos miedos.
Estuvimos hablando de nuestros últimos momentos en Londres, de cómo había sucedido el fracaso de nuestro matrimonio, y de cómo se había ido destruyendo todo... Y de que, en cualquier caso, valió la pena.
Yo sabía perfectamente dónde estaban sus heridas, y las comprendí durante mucho tiempo, aunque eso sólo consiguió que yo hiciera sangrar las propias. Él sabía acabarme las frases, conocerme casi a la perfección, leerme entre lineas. Y así, mientras bailábamos un tango, nos íbamos animando el uno al otro, que aunque no tuvimos final feliz, tuvimos cuento.
Después del baile cada uno se fue a su mesa. Y yo, regresé a la mía con un único propósito, el de abrirme nuevamente a relaciones sentimentales, por muy pájaro solitario que yo sea, seguro que existe un hombre que sepa acabarme las frases y bailar el tango.
¿Llegará de nuevo el amor?
¡Hasta el próximo insomnio!